“Vive felizmente con las de ojos negros

que el mundo no es nada más que viento y fábula.

Alégrate de lo que has conseguido

y no recuerdes el pasado.

Para mí aquel rizado y perfumado cabello,

para mí aquella cara de luna que es de raza de ángeles.

Afortunado es el que utiliza y obsequia,

desafortunado el que no utiliza y no ofrenda.

Este mundo de anhelo es como el viento y la nube,

acerca el vino, ¡pase lo que pase!”

Cierta mañana, Nasrudín envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al centro de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí:

– “¡Hoy tendremos un importante concurso!”, dijo. “Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo recibirá de regalo el huevo que está dentro”.

Las personas se miraron, intrigadas. Nasrudín insistió:

– “Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?”

Todos los habitantes pensaban que Nasrudín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros. ¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufís? Un centro amarillo podía significar algo relativo al sol, el líquido a su alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, no, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo.

Nasrudin preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces, abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.

– “Todos vosotros sabíais la respuesta”, afirmó, “y nadie osó traducirla en palabras. Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son dadas generosamente, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y terminan no haciendo nada. Sólo una cosa convierte en imposible un sueño: el miedo a fracasar.”

“El agua es ella misma espíritu, puesto que da vida de sí […]. El agua es el origen de la vida en todas las cosas. Debes saber que el amor es el secreto de la vida y fluye por el agua, que es el origen de los elementos y de los principios […]. Nada hay en ella, nada, que no esté vivo […]; el agua es el origen de todo.”

“Cuenta la leyenda que el gran sabio, médico y filósofo Ibn Siná (Avicena), nacido en Bujara, quiso vencer la muerte y alcanzar la inmortalidad. Preparó para ello cuarenta productos diferentes que su discípulo debía administrarle, en un orden preciso, en el momento mismo del paso de la vida a la muerte. El discípulo comenzó a cumplir con ardor su tarea y advirtió asombrado que, a medida que inyectaba los medicamentos prescritos en el cuerpo inerte de su maestro, éste perdía su rigidez y rejuvenecía notoriamente, el rostro recobraba sus colores, la respiración recomenzaba. Faltaba por administrarle la última ampolla, cuando el discípulo, impaciente, no pudiendo dominar su alegría la dejó caer al suelo y el líquido misterioso se derramó en la arena…” 


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